domingo, 13 de septiembre de 2009

Procesos de aprendizaje


A la hora de meditar sobre la necesidad de perfeccionar o desechar formas de actuar, se impone evaluar la intervención socioeducativa como ejercicio indispensable. La reflexión orienta a la mejora de la práctica, es una inversión de futuro. Pero, en previsión de malos entendidos, debemos también observar las consecuencias de nuestras acciones, de las que pueden aflorar posicionamientos estériles de los que abrazan la crítica desde la acomodación y el inmovilismo. Todo ello, huelga decirlo, puede repercutir negativamente en nuestro colectivo. No podemos caer en el maniqueísmo y pretender cubrir necesidades personales y simplistas que perjudican la consideración social de una profesión.Generalmente, somos poco conscientes de las consecuencias de nuestras acciones, si bien es cierto que la intencionalidad guía la praxis. Por tanto, se impone realizar evaluaciones serias que permitan detectar incongruencias del sistema, y orientar la actividad hacia la elaboración de instrumentos de trabajo que posibiliten la validación de teorías didácticas enriquecedoras. Pero ante la ausencia de éstos, y en el ejercicio responsable de nuestra intervención educativa, debemos realizar nuestro trabajo de la forma más cauta y esmerada posible.Si no realizamos un ejercicio de análisis sistematizado de la relación de nuestra conducta con la respuesta y las consecuencias de la misma, es fácil caer en explicaciones simplificadoras que depositan toda responsabilidad sobre los que reaccionan de forma inadecuada ante lo que ellos consideran una arbitrariedad y nosotros una intervención. Debemos dotar al colectivo con el que tratamos de recursos que faciliten nuestra labor, para que ésta sea factible y que, en definitiva, oriente y facilite el cambio. Todo ello pasa por elaborar argumentos adecuados, compensadores de carencias lingüísticas que imposibilitan la respuesta dirigida y estructurada. Para que esto ocurra, la persona necesita dar palabras a sus pensamientos, con el fin de elaborar el necesario discurso interior que le permita dar lógica a lo que está ocurriendo y por tanto, traducir la emocionalidad simbólica de la acción en diálogo y que éste, además, sea competente. Para estructurar esta respuesta, en muchas ocasiones la persona tiene limitaciones que debemos conocer y ponderar.Si existen carencias lingüísticas, la respuesta a nuestra intervención puede estar condicionada a múltiples variables, una de ellas es el aprendizaje. Las limitaciones que de éste se derivan pueden orientar la respuesta hacia el desanimo o la agresividad para hacer frente a la frustración. Después de todo, no son más que mecanismos de defensa aprendidos a través de experiencias insatisfactorias, recurrentes en la biografía de las personas que tratamos. Es de vital importancia el diagnóstico de minusvalías emocionales que condicionan de forma importante la trayectoria de las personas. Trastornos incapacitantes, si no son debidamente tomados en consideración. Para ello necesitamos instrumentos, grandes dosis de paciencia constancia y coherencia, pero también teoría de la praxis, que pasa por la evaluación y reestructuración de la misma.En no pocas ocasiones, atribuimos valor a las cosas de forma arbitraria, repercutiendo en lo que llamaríamos la teoría del caos. Sin meditar estas respuestas, contribuimos a la transmisión caótica de los hechos, que no hará más que aumentar la confusión fomentando un tipo de respuesta que se posiciona en el ensayo y el error, lo que dilata los procesos de aprendizaje y dilapidar enormes cantidades de energía

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