lunes, 21 de septiembre de 2009

UNA REFLEXIÓN DESDE LA CERCANIA.


Cuando hablamos de tercera edad hablamos de logros, metas, familia, tiempo libre, ternura…, pero también de soledad y envejecimiento. Y hablar de envejecimiento comporta, indefectiblemente, hablar de deterioro…Por eso, cuando nos referimos a la tercera edad, no podemos obviar problemas como Alzheimer, Cuerpos de Lewy, Parkinson, Demencia…

Tras el diagnóstico, los fármacos ayudan a frenar el avance de la enfermedad, a controlar los síntomas. Los neurólogos se afanan en probar combinaciones y nuevos tratamientos que dan esperanza. Toda la investigación está al servicio del enfermo, para mitigar el sufrimiento y frenar el avance del deterioro, porque no existe tratamiento que cure, y tampoco existe la posibilidad de que la persona retorne del mundo de tinieblas en que se sumerge tras enfermar.

Todo esto, sumado al exponencial aumento de personas afectadas, presenta un panorama hasta ahora no imaginado.

El incremento del número de personas mayores con necesidad de atención colapsan los servicios, y la administración no ha sido capaz de prever respuestas aceptables, al margen de la tan esperanzadora Ley de Dependencia. Cuando digo que no ha sabido responder, hablo de la infinidad de casos que permanecen en listas de espera, desatendidos o simplemente sin diagnosticar.


El sistema sanitario atiende al enfermo y mantiene al margen de este tratamiento a la familia. Craso error, a mi entender, ya que los efectos de esta focalización son altamente estresantes para los familiares y, por ende, factores de riesgo para nuestros mayores, que desbordan por completo a sus inexpertos cuidadores, auténticos luchadores y sustentadores de la calidad de vida del enfermo, y por la misma razón frágiles y absolutamente necesarios. Si el fin perseguido es la calidad de vida, la familia desemboca en la total pérdida de contacto con la realidad, que acaba ciñéndose exclusivamente a la realidad de la evolución del enfermo.

Siempre a la espera del radical cambio que supondrá la puesta en marcha de la Ley, no podemos olvidar la relevancia que tienen los profesionales, la familia, las instituciones especializadas y la comunidad como factores asociados al éxito de los programas de intervención con personas mayores. Debemos adoptar una perspectiva global y funcional del proceso de envejecimiento de la población en la que destacan los factores humanos sobre los tecnológicos y en que todos y cada uno de los sujetos que intervienen deben ser protagonistas.


El sistema sanitario, tal y como está estructurado, en la actualidad no contempla la prevención más allá de la reducción de daños en fases muy avanzadas de la enfermedad. No se plantean medidas protectoras para los que soportan la carga del cuidado, y es la variable a tener en cuenta para el futuro inmediato, a la espera de la panacea que aventura la Ley de Dependencia y que, presumiblemente, tanto costará implantar si no viene respaldada por recursos económicos suficientes.