miércoles, 1 de octubre de 2014

CRISIS DE VALORES, ¿QUÉ VALORES?


En el ensayo “Desigualdad. Un análisis de la (in) felicidad colectiva”, fruto de un riguroso análisis sobre las consecuencias de las desigualdades sociales, los epidemiólogos Richard Wilkinson y Kate Pickett concluyen que la desigualdad convierte a los países en disfuncionales, obligándonos a ampliar los márgenes del discurso sobre un fenómeno creciente como es la injusticia social.
Sustentada en análisis estadísticos y estudios longitudinales, se revela una realidad que explica el deterioro de una sociedad en aspectos medibles como pueden ser la obesidad o la salud mental, el nivel de conflictividad social y el número de población reclusa, así como el fracaso y abandono escolar, el porcentaje de jóvenes en conflicto o el número de embarazos durante la adolescencia, relacionándolos con las desigualdades sociales y confirmando como éstos fenómenos, tienden a acusarse a medida que crece la distancia entre ricos y pobres.
Esta brevísima recensión al trabajo de Wilkinson y Pikett viene a colación tras unas insólitas declaraciones, publicadas el domingo día 27 de julio pasado en las páginas de este rotativo, en las que se afirmaba que no se puede vincular el incremento de la conflictividad juvenil con la crisis económica, y que más bien éste tiene relación con una crisis de valores familiares y las dificultades que –volvemos a citar textualmente- hay en algunas parejas para poder cuidar a sus hijos.
Los valores son creencias que impregnan nuestras actitudes y comportamientos, son la base sobre la cual tomamos decisiones. Por razones obvias, en las sociedades desiguales se empuja a sus ciudadanos a banalizar el fenómeno de la pobreza, es la fórmula thatcheriana que  popularizó con éxito el discurso de que en realidad la precariedad económica o laboral es fruto de la irresponsabilidad individual, donde lo colectivo no existe ni es deseable.

No hallamos en el estudio citado, colmado de análisis comparativos entre países, ninguna relación ni referencia a una crisis de valores, pero sí se establecen relaciones que correlacionan las dificultades de las familias para hacer frente al cuidado de sus hijos con el galopante aumento de la pobreza, de la cual no parece estar exenta nuestra comunidad, que ha experimentado un aumento del 11,8%  en las tasas de riesgo de pobreza según datos  extraídos de la  Encuesta de Condiciones de Vida INE 2013. En todo caso, no conocemos estudios recientes que relacionen los efectos nocivos sobre los valores familiares y la necesidad de incorporarse al mundo laboral. Es más, y en sentido contrario, sabemos cómo en las sociedades desiguales no se garantiza la redistribución de la riqueza donde muchos trabajadores son pobres y no pueden atender debidamente a sus hijos. Las dificultades económicas en el seno de una familia tienen consecuencias gravísimas, y no son pocos los estudios que analizan las consecuencias sobre los padres que emocional y psicológicamente están ausentes, secuestrados por la necesidad de cubrir las necesidades inmediatas; estudios que vaticinan que el futuro y la calidad de vida de una sociedad se decide en la forma en que cubre las necesidades básicas de sus niños que, a día de hoy, están expuestos a las consecuencias de algunas decisiones (valores) de quienes de modo eventual gestionan los recursos públicos.