sábado, 22 de septiembre de 2012

La empatía en la escuela

Las últimas investigaciones realizadas al respecto corroboran que los niños que aprenden a gestionar sus emociones, y tienen la fortuna de experimentar empatía en la escuela, son menos violentos que los que no han tenido la oportunidad de hacerlo.
¿Qué es la empatía? Es una cualidad innata, base emocional de la conducta moral, favorecedora de las relaciones humanas, la habilidad para identificar y validar los sentimientos de las personas que nos rodean, la que nos permite, en suma, comprender sus circunstancias y cómo éstas influyen en sus formas de actuar. Fisiológicamente, su adecuada atención es un mecanismo que inhibe la respuesta agresiva, ya que al percibir el miedo y el dolor en el semblante de los demás, despierta en nosotros el deseo de apaciguar y reconfortar a las personas que nos rodean.
Sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que la empatía no se enseña, pero sí que se aprende. La pregunta que sigue a esta afirmación sería ¿cómo podemos fomentarla? Pues bien, esas mismas investigaciones a las que nos hemos referido antes revelan que la mejor manera de experimentar empatía es participar satisfactoriamente del mundo social.
La escuela es el lugar donde nuestros hijos pasan más tiempo, así como el entorno comunitario donde deben generase espacios de vinculación para que los niños entren en contacto con adultos significativos, pues sabemos que la vinculación con éstos en la escuela garantiza el éxito académico y disuade del abandono prematuro del sistema educativo. Para este último punto, también es necesario que los adultos que estén en contacto con nuestros hijos, manifiesten altas expectativas hacía ellos, a los que deben mostrar aprecio y consideración, dimensiones básicas para el optimismo y la felicidad de nuestros hijos, pero también elemento imprescindible para la experimentación y aprendizaje de la empatía.
Diferentes estudios certifican el principio rusoniano de que somos buenos por naturaleza, pero las evidencias también constatan que la agresividad y las conductas violentas en los escolares aumentan conforme van avanzando en los diferentes niveles educativos. De la misma forma en que los niños compiten para lograr mejores calificaciones, también lo hacen para obtener la consideración y la estima de los adultos, rivalizando en clase por la atención de un maestro que debe dividirse por 25 (ahora por 35). Por esa razón educadores sociales, orientadores, personal auxiliar, de comedor, conserjería, limpieza, etc., no pueden quedar al margen, todos son igualmente imprescindibles; y es que en los hogares cada vez son más los niños que al regresar a casa están solos.
Competir por la atención de los adultos, junto a la imposibilidad de disfrutar de espacios de vinculación, reduce las garantías de éxito escolar y aumenta la agresividad, las conductas de acoso y, en definitiva, sientan las bases de la violencia y la conflictividad en los centros educativos. A través de la vinculación social, los niños se muestran más participativos y democráticos, solucionan sus conflictos a través de la negociación y la conciliación, y no utilizan métodos violentos que desprecian la dignidad del colectivo que les forma.

Si disponemos de los conocimientos y las herramientas para facilitar la acción socioeducativa, es una irresponsabilidad no ponerlos en práctica, sólo necesitamos la voluntad de considerar lo que está bien hecho y, si queremos innovar, podemos hacerlo partiendo de lo que ya está funcionando; es una temeridad trabajar desde las ocurrencias que pueden producir daños irreparables.
La escuela debe, pues, ser un espacio de vinculación, y cuidar todos los elementos que favorezcan el desarrollo de la empatía, sentimiento capaz de frenar la agresividad y la violencia en la escuela, pero también en la colectividad. Aunque difícilmente, nuestros escolares podrán hacerlo si los referentes adultos escasean.
Magdalena Gelabert