jueves, 2 de octubre de 2014

El educador/a social ¿nace o se hace? #diaES #EdusoDay2014





Si nos acongoja la situación de emergencia pedagógica en la que ha desembocado la desmedida voracidad neoliberal nos acercaremos a una disciplina sustentada por la teoría, la práctica y los valores de un profesional que tal y como especifica el Parlamento Europeo, ejerce una labor pedagógica, con entidad propia basada en las relaciones interpersonales en contacto con el contexto comunitario. Siendo sus funciones específicas competencias que le capacitan para intervenir con criterios de rigurosidad científico pedagógica investigaciones recientes constatan el desconocimiento general sobre su formación y sus funciones, persistiendo estereotipos que nada favorecen su imagen.No nace, se hace ya que como experto, debe conocer y manejar herramientas encaminadas a facilitar las relaciones socioeducativas necesarias para trabajar en la dotación de competencias socioemocionales con especial sensibilidad hacia la infancia y las habilidades parentales que, desde la profesionalización le permiten abordar eficazmente la prevención tanto de conductas antisociales como el absentismo escolar, siendo ésta una nueva realidad generadora de desigualdad social, pues las evidencias constatan que la consecuencia de que los estudiantes no se sientan comprometidos e involucrados emocionalmente con la escuela, a menudo deriva hacia desajustes conductuales, lo que juega un importante papel en el deterioro de sus funciones cognitivas con el consiguiente empobrecimiento de los resultados académicos. A raíz de la necesidad de dar respuesta al desajuste de un gran número de jóvenes europeos después de la Guerra en 1949 nace a AIEJI que a día de hoy es un organismo que se encarga de reafirmar y promover la filosofía de la educación social y su singularidad siendo el ejercicio de la educación social la materialización de un sólido esfuerzo orientado a garantizar la justicia social.En España en 1992 la universidad de Barcelona aborda por primera vez la formación de educadores sociales que a día de hoy se imparte en 34 universidades españolas y es en el 2007 cuando la Asociación Estatal de Educación Social ASEDES, otorga al educador social entidad a nivel europeo, siendo la Educación Social una actividad socio pedagógica que tiene como prioridad garantizar el ejercicio de los derechos de los sujetos requiriéndose el permanente compromiso en sus niveles éticos, técnicos, científicos y políticos.Sí que es verdad que la vocación a la hora de ejercer una profesión basada en las relaciones personales está fuertemente enraizada a los valores que nos conducen, sin embargo, la profesionalización pasa por la constante búsqueda de evidencias y la rigurosidad técnica que garanticen la calidad del ejercicio de las funciones que se nos confieren.
 #diaES
 #EdusoDay2014

miércoles, 1 de octubre de 2014

CRISIS DE VALORES, ¿QUÉ VALORES?


En el ensayo “Desigualdad. Un análisis de la (in) felicidad colectiva”, fruto de un riguroso análisis sobre las consecuencias de las desigualdades sociales, los epidemiólogos Richard Wilkinson y Kate Pickett concluyen que la desigualdad convierte a los países en disfuncionales, obligándonos a ampliar los márgenes del discurso sobre un fenómeno creciente como es la injusticia social.
Sustentada en análisis estadísticos y estudios longitudinales, se revela una realidad que explica el deterioro de una sociedad en aspectos medibles como pueden ser la obesidad o la salud mental, el nivel de conflictividad social y el número de población reclusa, así como el fracaso y abandono escolar, el porcentaje de jóvenes en conflicto o el número de embarazos durante la adolescencia, relacionándolos con las desigualdades sociales y confirmando como éstos fenómenos, tienden a acusarse a medida que crece la distancia entre ricos y pobres.
Esta brevísima recensión al trabajo de Wilkinson y Pikett viene a colación tras unas insólitas declaraciones, publicadas el domingo día 27 de julio pasado en las páginas de este rotativo, en las que se afirmaba que no se puede vincular el incremento de la conflictividad juvenil con la crisis económica, y que más bien éste tiene relación con una crisis de valores familiares y las dificultades que –volvemos a citar textualmente- hay en algunas parejas para poder cuidar a sus hijos.
Los valores son creencias que impregnan nuestras actitudes y comportamientos, son la base sobre la cual tomamos decisiones. Por razones obvias, en las sociedades desiguales se empuja a sus ciudadanos a banalizar el fenómeno de la pobreza, es la fórmula thatcheriana que  popularizó con éxito el discurso de que en realidad la precariedad económica o laboral es fruto de la irresponsabilidad individual, donde lo colectivo no existe ni es deseable.

No hallamos en el estudio citado, colmado de análisis comparativos entre países, ninguna relación ni referencia a una crisis de valores, pero sí se establecen relaciones que correlacionan las dificultades de las familias para hacer frente al cuidado de sus hijos con el galopante aumento de la pobreza, de la cual no parece estar exenta nuestra comunidad, que ha experimentado un aumento del 11,8%  en las tasas de riesgo de pobreza según datos  extraídos de la  Encuesta de Condiciones de Vida INE 2013. En todo caso, no conocemos estudios recientes que relacionen los efectos nocivos sobre los valores familiares y la necesidad de incorporarse al mundo laboral. Es más, y en sentido contrario, sabemos cómo en las sociedades desiguales no se garantiza la redistribución de la riqueza donde muchos trabajadores son pobres y no pueden atender debidamente a sus hijos. Las dificultades económicas en el seno de una familia tienen consecuencias gravísimas, y no son pocos los estudios que analizan las consecuencias sobre los padres que emocional y psicológicamente están ausentes, secuestrados por la necesidad de cubrir las necesidades inmediatas; estudios que vaticinan que el futuro y la calidad de vida de una sociedad se decide en la forma en que cubre las necesidades básicas de sus niños que, a día de hoy, están expuestos a las consecuencias de algunas decisiones (valores) de quienes de modo eventual gestionan los recursos públicos.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Y SI EMPEZAMOS POR LO BÁSICO.

Nadie puede discutir el paralelismo entre privación de recursos durante la infancia y problemas para desarrollar habilidades sociales, emocionales y del aprendizaje en las primeras etapas de la vida; dificultad que alcanza mayor relevancia durante la adolescencia. Al ser privados de un entorno social adecuado que permita a los niños adquirir destrezas socioemocionales ajustadas, se observa cómo manifiestan comportamientos inadecuados tales como, por ejemplo, conductas adictivas o desafiantes y comportamientos violentos, cuyo exponencial aumento tanto nos preocupa.
La explicación podría obedecer a la exposición a la violencia estructural de la que son víctimas, aquella que normaliza la no atención a las necesidades básicas  de las familias, al ser tomada como modelo a imitar es respondida con igual intensidad por los jóvenes que han aprendido que, a través de la violencia de cualquier índole,  puede justificarse el logro de objetivos sean de la naturaleza que sean y a costa de lo que sea.
Lejos quedan espacios de convivencia como el hogar o la escuela, otrora acogedores, pues la calidad de las relaciones se ve comprometida por el impacto de la austeridad, convirtiéndose en espacios hostiles e inapetentes. Si bien, como afirma el doctor Antonio J. Colom, catedrático de la UIB, aunque los niños en la actualidad tienen mayores cocientes intelectuales que los de décadas anteriores, sabemos que en una situación de casi emergencia social, las necesidades de los niños son muy diferentes a las que tenían generaciones anteriores y estando en boca de todos los escandalosos datos sobre fracaso y abandono escolar, se antojan necesarias actuaciones basadas en los conocimientos, de otro modo, el daño es palpable.
Sabemos que la pobreza altera los procesos cerebrales en los primeros años e incide directamente en las estructuras responsables de generar aprendizajes que facilitan el éxito social y la capacidad de regular emociones potencialmente nocivas, como son la ira y el desánimo. Y también sabemos que problemas asociados al estrés crónico dañan regiones específicas del cerebro, dificultando la toma de decisiones y provocando lo que podríamos llamar ceguera  hacia las emociones positivas como el optimismo, la alegría, la motivación y la capacidad de resistencia.

Una doble victimización se produce cuando al desestimar la evidencia, las personas que durante la infancia han sido víctimas de la violencia estructural, atrapadas en entornos de pobreza, son con frecuencia foco de las críticas ya que obtienen peores resultados académicos, manifiestan dificultades para mantener relaciones estables tanto íntimas como profesionales, haciéndoles últimos responsables de su situación. La evidencia, pues, nos dice que por lo que respecta a las expectativas que depositamos en las víctimas también, en algo estamos fallando.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Moral o propaganda

En el actual estado de crisis, la oportunidad del cambio que ofrece la contingencia, ha servido para orientar la energía hacia la consecución de objetivos más bien mezquinos, esto es, la instauración de un nuevo clasismo en el cual se defiende a ultranza los beneficios individuales en pro de un futuro incierto, pero a todas luces perverso.
Se ha llegado a tal punto, en el que el ejercicio de la ciudadanía se antoja indeseable, por ofensivo y molesto, ya que persigue movilizar a la sociedad para proteger derechos del hombre y del ciudadano, otrora garantizado por el Estado.
La cuadratura del círculo está en la apelación a una ética trasnochada e inquisitoria, dónde se pone especial hincapié en lo deseable, esto es, una moral ad-hoc que encorseta a una parte de los individuos en una división social basada en cotas o números clausus donde privilegiados y desheredados cumplen una función homeostática cuyos parámetros son dictados al albur de la irregular, por “inevitable”, distribución de la riqueza, donde se justifica la necesaria y dolorosa iniciativa de cercenar la cobertura de necesidades básicas, incluso de alimentación de ciertos sectores ciudadanos -léase infancia y personas en situación de dependencia-, como los más vergonzantes, quedando al margen la naturaleza misma del ser humano diabolizando el altruismo, si no es dádiva o limosna,  y lo colectivo, si no apoya unilateralmente las “dolorosas” decisiones, donde se justifica desde todos los ámbitos del poder la impermeabilidad de las fronteras del bienestar.
Esto se pretende conseguir apoderándose de los gestos y del discurso resignado, consecuencia del miedo bien administrado, se apela a una moral deseable, por sumisa e infinitamente provocada, en el decaer de los derechos, pero con la certeza de que si te mueves será peor. Demonizando la discrepancia en el ejercicio de la ciudadanía que representa el ejercicio de las libertades, pero sobre todo del objetivo prioritario de la sociedad, que no es otro que lograr una condiciones de vida, dignos, para todos.
El más capaz es el que ha tenido las mejores oportunidades de salida, y se echa en falta el mismo celo en defender arbitrariedades individualistas que en proteger derechos colectivos que atentan principalmente contra la infancia.
Los valores, al fin y al cabo, son metas deseables, son los que nos hacen tomar una decisiones u otras por lo que se nos avasalla con el discurso que justifica medidas serviles, que nos alejan de la justicia social, que ha dejado de ser objetivo para convertirse en obstáculo, a la hora de retornar las cosas hacia un estado del que algunos insisten en no apearse, hacer de la escuela la institución encargada de seleccionar y organizar a los ciudadanos en función de sus capacidades, pero sin interferir en ellas.

Y para los que ya han llegado tarde a esta nueva manera de aportar ciudadanos, estalla el discurso descapitalizador donde la formación y el conocimiento no es un valor si no la oportunidad de salir fuera para constatar el fracaso de la escuela y la universidad. Elogiando la necesidad de que nuestros jóvenes más formados realicen su actividad profesional lejos de nuestro país, de este modo se desactiva el potencial peligro del malogrado capital cognitivo en el que puede germinar el descontento argumentado y por tanto peligroso, ya que al poner palabras al malestar se debilita la tiranía homeostática del discurso atributivo y surge la posibilidad de transformación.

domingo, 31 de agosto de 2014

JAQUE A LA ESCUELA

¿Crisis? ¿Qué crisis?, se pregunta una parte de la ciudadanía, más que escandalizada, rendida, esa es la verdad, tras comprobar que el Gobierno persiste en plantearse intervenir tan solo en determinados operadores sociales, dejando de lado a otros que son tan necesarios o más que los primeros, como por ejemplo una escuela que favorezca la igualdad de oportunidades. La otra mitad, por el contrario, parece haberse rendido definitivamente a los cantos de sirena que pretenden hacernos creer que sólo los recortes en servicios públicos básicos pueden terciar con éxito frente a la prima de riesgo y a las agencias de calificación.
Al mecanismo sobre el que se sustenta esa suerte de paralogismo, en psicología se le conoce como ley de la realidad aparente, que postula que todo aquello que nos parece real -aun sin serlo- suscita respuestas emocionales. Y es que sólo desde el desconcierto, se puede acabar aceptando como fidedigno aquello que pertenece, más bien, al ámbito de la sofística.

Sorprende la cantidad de millones que irán a parar a fondo perdido para paliar los desatinos de una mala gestión, y a la educación pública se la racanea escatimando en docentes, becas de estudios y en programas de atención a la diversidad Justificando lo injustificable, hacen responsables de sus necesidades a los que no disfrutaron de la bonanza y, por ende, culpables del perjuicio que supondría a la “Nación” su incómoda atención, como si la equidad fuera el sumun de los aquelarres y las bacanales indecorosas.
Es inaudito, máxime cuando se sabe que los educadores, más que ninguna otra profesión, son los guardianes de la civilización. Eso no lo he dicho yo, sino un matemático, filósofo y premio Nobel de literatura como Bertrand Russell; claro que ante la evidencia del escaso pábulo que se le brinda últimamente a los galardonados en Suecia, no sé si en lugar de apoyar mis argumentos los acaba desvirtuando.
Se han elevado a dogmas, ocurrencias cuya extrema simpleza se desvanece  ante la arrogancia de quienes ostentan y legitiman el rodillo con el que se ha sentenciado el futuro de quienes, habiendo tenido poco, acabarán sin nada.

Al final va a resultar que la teoría que Fernando Pessoa expone en El banquero anarquista, es mucho más que un ensayo en la línea de la sátira dialéctica, y que nuestro fin es la sociedad libre. Libre, sí, qué duda cabe, pero para que los más fuertes, económica y socialmente, y eso no lo dice el escritor portugués sino yo, puedan levantarse impunemente en rebeldía frente a las convenciones sociales que juegan en su contra.

martes, 14 de enero de 2014

LOS COSTES DE LA CRISIS

 La escasez de recursos debe ponernos sobre aviso y activar todo tipo de alarmas acerca de lo que sucede cuando las familias no pueden hacer frente a sus gastos, o cuando pierden la estabilidad que proporciona un hogar seguro. Los efectos del estrés sostenido en los niños, y las consecuencias de la pérdida del hogar debería dirigir nuestra atención hacia las condiciones de éste, que sin duda predicen con cierto rigor el bienestar y el desarrollo futuro de los niños, desarrollo cognitivo si lo que nos preocupa es el éxito escolar. Los resultados obtenidos por evaluaciones realizadas en países con altas puntuaciones en el sobrevalorado y nunca suficientemente bien nombrado informe PISA, vinculan pobres resultados en habilidades lectoras y matemáticas, más problemas emocionales y del comportamiento, a las condiciones del hogar y al clima familiar inestable. Diferentes estudios muestran que pensar en los pensamientos de otra persona activa las células nerviosas de una región del cerebro conocida con el nombre de unión temporoparietal derecha, y resulta que algunas de estas células responden de manera diferente cuando somos expuestos a daños intencionales o accidentales, por lo que a la hora de tomar decisiones no conviene subestimar las consecuencias de éstas ya que, inevitablemente, marcarán el futuro de muchos. El neurocientífico Antonio Damasio acentúa la importancia del papel de la emoción en la generación de los juicios y tal como asegura Iacoboni, en su libro Las neuronas espejo, "mi cerebro entiende lo que ve, y lo que ve determina lo que siento". Jorge Moll y sus colegas, en 2002, en un estudio publicado en The Journal of Neuroscience llegarón a la conclusión de que juzgamos a los demás no sólo por lo que hacen, sino también por las intenciones que percibimos en la acción. A partir de este supuesto, siguen interesados en discernir cómo el cerebro responde cuando intentamos discriminar lo que está bien de lo que está mal, hallando pruebas de que los cambios en la química del cerebro influyen en cómo nos comportamos, cuando percibimos que somos tratados injustamente. Al medir de qué manera los cambios en la química del cerebro afectan a las reacciones de la gente, otro estudio alerta de los efectos de los bajos niveles de un neurotransmisor llamado serotonina, los resultados sugieren que bajos niveles de serotonina en el cerebro pueden cambiar las motivaciones de las personas a la hora de hacer frente a la injusticia. Por ejemplo, cuando se agota la serotonina, las personas que normalmente son más tolerantes pueden llegar a ser más felices con la venganza. Crockett señala que los niveles de serotonina pueden fluctuar cuando la gente tiene hambre o cuando está estresada. Coley y sus colegas, en una investigación publicada en la revista Developmental Psychology en 2005, con el objetivo de entender cómo la vivienda en sí, no el entorno social, podría influir en los niños, constatan que las malas condiciones del hogar tienen un impacto en los menores a través de la conducta de sus padres, estresados y desbordados por la situación. Sin embargo, asegurar que los padres tengan el apoyo suficiente para proveer a sus hijos de los mejores cuidados en el hogar, no es una tarea fácil en tiempos en los que parece ser que satisfacer las necesidades básicas, aspecto esencial para el adecuado desarrollo infantil, no es un objetivo prioritario. Craso error, pues otros análisis, que miden el costo-beneficio de las intervenciones basadas en el cuidado a las necesidades en la infancia, verifican que éstas se perfilan como garantes del desarrollo de lo que se consideran habilidades no cognitivas; y es que, a través de experiencias parentales tempranas de calidad, se produce un retorno económico a la sociedad. La adquisición de habilidades socioemocionales sanas, garantizan la atención eficaz hacia sus propios hijos en el futuro, permitiendo desarrollar amistades duraderas y relaciones íntimas satisfactorias, así como mantener un trabajo y convertirse en personas productivas y esto ocurre, a corto plazo.