lunes, 21 de marzo de 2011

Vencer resistencias

Sabemos que los deseos de cambio pueden ser fácilmente paralizados por  miedo a "potenciales represalias", respuestas aprendidas sin duda, que nos obligan a posponer necesidades en pro de lealtades hacia personas significativas o creencias nucleares, que al revestir de seguridad situaciones potencialmente desfavorables nos anclan en bucles perniciosos. Cambiar esta inercia, obligará a invertir el triple de energía que la necesaria para mantenerse en la dinámica de partida, tal es la dificultad que supone separarse de esa base segura,  bajo la cual se ha interpretado el mundo y en cuya influencia se han cincelado nuestras experiencias; resulta complicado, pues, desbancar representaciones mentales a las que irremediablemente recurrimos para resolver, de forma automática, lo cotidiano.
En las ventajas del cambio reside el acceso a gran variedad de pensamientos alternativos, imprescindibles para mejorar, cosechar y capitalizar las relaciones personales. Esta nueva realidad aporta una gama de sensaciones complementarias, que nos otorga el poder y la oportunidad de negociar con nuestros pensamientos; ofreciéndonos la posibilidad de elegir qué queremos hacer con nuestras reflexiones, es decir, cómo queremos actuar para transformar los desafíos cotidianos en oportunidades.

Sabemos que los pensamientos  condicionan nuestras emociones, y éstas influyen en nuestra conducta, por lo tanto, si modificamos nuestra forma de pensar, cambiaremos nuestras acciones. Si la ciencia ha demostrado que la manera de actuar  modifica la topografía de los pensamientos y los sentimientos, es fácil suponer que al cambiar nuestro proceder cambia también la forma en que hacemos uso de nuestro cuerpo para ejercer como garantes de nuestra propia seguridad.
El educador social trabaja cotidianamente con la resistencia al cambio. Conscientes de  este fenómeno, nuestra función debe orientarse a proyectar una nueva base segura a la que optar como alternativa válida. Pero para ello, es imprescindible ponernos en la piel del otro, calzarnos sus zapatos e ir tomando "pequeños fragmentos de nuestras propias experiencias" para que al mostrarlas llanamente, éstas puedan legitimar las ventajas del empeño.

Vencer resistencias supone la capacidad para contagiar estados mentales reflexivos, que cuestionen supuestos nucleares respecto de acciones ajenas, pero también aceptar y respetar la individualidad de cada persona, valorándola como auténtica creadora de sus dinámicas de pensamiento en las cuales debemos obtener el permiso necesario para cambiar los motivos que mueven sus conductas.