Entiendo que la especial situación en la que se encuentra Son Banya no es sólo consecuencia de la actividad delictiva a la que se dedica una mayoría significativa de los habitantes del poblado, sino de la falta de voz y reconocimiento al que se les ha sometido durante años. En el poblado no sólo conviven la oferta y la demanda de drogas. Viven niños, ancianos, drogodependientes de larga duración, estos últimos arrinconados en un espacio que ya de por sí excluye. Como dice Stephen Jay Gould en Las piedras falaces de Marrakech, el mayor peligro es el que surge de la mezcla incendiaria de arrogancia e ignorancia, lo que se traduce en la manifiesta incapacidad para prever el futuro y en consecuencia mejorar el estado de las cosas. Y añade: "Sólo tenemos que recordar la leyenda de Pandora para reconocer que algunas cajas, una vez abiertas, no pueden cerrarse de nuevo". Tras los escabrosos hechos ocurridos en el poblado, la toma de las calles de Son Banya debería traducirse en acciones dirigidas y encaminadas a soluciones interdisciplinares, no mediáticas, que caen en saco roto y que cincelan las mentes de los niños obligados a presenciar episodios deleznables. El buen sentido justifica acciones sociales encabezadas y diseñadas por profesionales formados y sensibilizados, sin uniformes y sirenas, sin cámaras. Redes de soporte a usuarios de drogas y a familias que viven en el poblado, acciones de respeto hacia niños y ancianos que aceptan con más o menos abnegación, pero no sin sufrimiento, una situación que todos aborrecemos y que conocemos desde hace años.
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