Trabajar para que Palma aspire a ser Ciutat Educativa es algo que debe llenarnos de optimismo, pero sería a todas luces más rentable que llegara a ser una ciudad educada.Desde diferentes ámbitos, se discute la necesidad de educación. Dicho término se asocia a prevención de la delincuencia, de la violencia género, de la marginalidad, etc. En consecuencia queda muy claro el lema, prevenir es educar. ¡Bonita declaración de intenciones!Lo difícil no es educar sino mantener la educación y que esta facilite el desarrollo de las personas. Me planteo la dificultad que supone la educación para la prevención cuando el hecho de la intervención educativa, que no en sí, formativa, se plantea o se circunscribe a grupos muy determinados y categorizados previamente; es decir, cuando "se forma una línea cerrada que envuelve exteriormente a los sujetos objeto del hecho educativo" y que en consecuencia los aísla, focalizando todos los esfuerzos en este conjunto cerrado, sin tener en cuenta variables externas que si no son tomadas en cuenta reducen o anulan el esfuerzo realizado. Si vamos más allá, y en las mismas condiciones, podemos llegar a justificar el extremo de no ser educado por permanecer en perpetuo estado de sujeto receptor de intervención educativa, como en un guión siempre idéntico, lo que podríamos acuñar como asistencialismo educativo.Educar a los que identificamos como no educados, sin prestar atención a los condicionantes que impiden superar este estadio, del cual Palma Ciutat Educativa no puede sentirse ajena, es negar que somos parte del problema pero también principio de la solución satisfactoria del mismo.A nadie se le escapa que la educación es la mejor manera de prevenir, lo sabemos todos, incluso nos cansamos de escucharlo, pero la rutina hace que en ocasiones olvidemos las causas de la agresión, que según Dollar, Miller y col., 1938, puede ser atribuida a una frustración previa. No es solución educar para controlar la ira que provoca el dolor del abandono social. Pensemos en zonas tradicionalmente olvidadas. Si queremos ser coherentes con nuestra labor educativa no podemos obviar la realidad, y que no por reiterada dejar de denunciarla. Es más, tampoco podemos pasar por alto que el ser humano procura sufrir lo mínimo posible, por ello arremete cuando se siente amenazado por la indiferencia. El miedo es libre e imprevisible. Esta agresión no debe confundirse con la falta de educación, es una defensa, comprensible y en ningún caso, punible.Educar, pero con el fin de usar inteligentemente la educación para que ésta sea eficaz. La acción educativa no puede instrumentalizarse como mero vehículo para resolver problemas, sino como el medio que nos permitirá replantearlos de forma democrática y, por ende, abordarlos globalmente, pero sin mermar las necesidades sectoriales e individuales que por separado se dispersan pero que cobran sentido cuando se contemplan en su conjunto.En tales circunstancias, es peligroso que para prevenir la violencia de los que consideramos objetivo de la acción educativa, eduquemos directamente mediante la contemporización de la frustración. Vigilemos pues el ego del educador, porque enseñar sin mirar, sin escuchar, puede ayudarnos a sentirnos más seguros pero nos hará terriblemente ignorantes.
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