Ser capaz de interpretar
los sentimientos, vislumbrar las intenciones y prever las actos de los demás son habilidades de una extraordinaria
utilidad en las interacciones sociales, destrezas éstas que nos permiten
comprender los estados mentales y afectivos de las
personas que nos rodean; piedras angulares, en suma, de
nuestra vida social.
En investigaciones recientes se ha estado
trabajando sobre la hipótesis de que los mecanismos neuronales responsables de
este fenómeno sean los mismos que implican a las neuronas espejo, aspecto a
tener en cuenta durante los primeros años de vida, pues durante la infancia
utilizamos la imitación y la mímica para interactuar con los demás. Este hecho
es de vital importancia en la formación de los niños ya que, en este crítico
periodo de su desarrollo, la calidad de las interacciones con los adultos
fijará el sano equilibrio entre su mundo biológico y psicológico; por
consiguiente, determina de forma crucial su ajuste sociopersonal. Nos referimos
a este fenómeno dinámico como empatía.
Sin perder de vista que las personas reaccionamos al
entorno o contexto en el que vivimos, podemos entender sincronía, simpatía o
empatía como sinónimos, pues cumplen una función parecida: vincularnos con la
tribu. Mediante la imitación del comportamiento y la sincronización de la
conducta con los demás, fortalecemos el intercambio de estados emocionales,
deseables o no.
La empatía es un activo que debe potenciarse y
cuidarse exquisitamente en los primeros años de vida, durante los cuales se
crean las estructuras neuronales involucradas en el desarrollo socioemocional que
están determinadas por la calidad de las relaciones. Estas nos permiten satisfacer
las necesidades básicas de aceptación, consideración y autonomía. Su objetivo
es la protección y la supervivencia del individuo, pero también del grupo, y nace
de la sensibilidad de los adultos hacia su prole y demás congéneres. Para ello,
es imprescindible un clima orientado hacia la justicia social, pues sólo
podemos sincronizarnos con los que identificamos como iguales. Somos sensibles
a las penurias ajenas si percibimos que éstas también pueden afectarnos a
nosotros. En definitiva, la empatía consiste en proyectar nuestro mundo en el
mundo del otro, al percibirle como igual, principalmente si atendemos
adecuadamente al vértigo de encontrarnos en su misma situación. Si nos sentimos
inmunes a las circunstancias de los que nos rodean, corremos el riesgo de negar
el sufrimiento y justificar su realidad como consecuencia de vicisitudes que
nos son ajenas, alejando de nosotros la responsabilidad de formar parte de las
soluciones colectivas, olvidando que éstas nos atañen a todos.
1 comentario:
Una entrada muy interesante, una comparación que no se me había ocurrido nunca.
Os hago una reseña en el blog que tengo junto con mis compañeros, estudiantes de Educación Social.
www.esgreenteam.blogspot.com.es
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